29.4.12

Who run the world













Kim Gordon me gusta por muchas cosas. Kim como nombre me chifla y Gordon me recuerda a Fray Perico y su borrico, así que también. Kim Gordon formaba parte de Sonic Youth, lo cual es algo fantástico porque fueron pioneros en hacer noise rock, y aunque el noise no me apasione -que sí lo hace el sonido sucio de una guitarra-, The Raveonettes no serían quienes son ahora si Sonic Youth no hubiese visto la luz de los escenarios. Y esto lo digo yo. Y The Raveonettes me súper encantan. Y Kim Gordon, además de llamarse Gordon Kim, insiste en que su gran amigo Kurt Cobain fue asesinado, lo cual no sé si es verdad o es mentira ni me interesa, pero me parece muy de peli lo de una mejor amiga defendiendo el honor de su amigo muerto. Y en Last Days lo demuestra. Jolín yo quiero una amiga como Kim Gordon. Una que cuando me muera y hagan un biopic sobre mi vida, se ponga frente a la cámara, se aprenda un guión que no sea más que un recuerdo que no ha olvidado todavía y enseñe al mundo que seguimos siendo amigas aunque yo ya no esté. Es guay. Es amistad de la de verdad. Y además es que toca el bajo y la guitarra. A mí eso me puede. No os cuento si tocase la batería también. Y Kim Gordon también ha expuesto sus obras de arte. Lo tiene todo. Y Kim Gordon lanzó en su día su propia marca de ropa llamada X-Girl, con algunas de cuyas piezas vemos aquí vestida a Chloë Sevigny para esta producción de Vice en los 90. Todos sabemos el amor que le profeso a Chloë Sevigny, ¿verdad? Bien, no tengo nada más que decir.

1.4.12

Experimento 1: ¿Y qué pasa si dejo de hablar?

Hace un par de años estuve una semana sin hablar. Tendrían que haber sido dos, pero al final solo pude aguantar una. Desde el 16 hasta el 21 de marzo, ambos días incluidos.

No hablé absolutamente con nadie. Ni con mis amigos, ni con mi familia, ni con los profesores, ni con los vecinos, ni con la gente que me preguntaba algo por la calle. Me lo tomé muy en serio, no era ninguna chorrada. Era un experimento y un reto personal. Me expresaba a través de un cuadernito, en plan Little Miss Sunshine. Y por Facebook también. La idea era dejar de hablar, no dejar de comunicarme. Eso habría sido espantoso. Pero puede que algún día también lo pruebe.
Ha sido bastante interesante la reacción de las personas que me rodeaban. A los que son más cercanos, la idea no les hacía ninguna gracia, y a los que no son tan cercanos, yo les hacía bastante gracia.

El primer día en la universidad fui más o menos el mono de feria de mis amigos. Para colmo, se me agotó la tinta del boli nada más bajar al patio (me encanta llamarlo patio y no "descanso" o "break"; odio a los que dicen "vamos a hacer un break y después seguimos"). Menos mal que Gabi andaba por allí y me prestó uno. Ese día eran todo el rato coñitas. Javi, muy irónico, me dijo que dejase de intentar hacerme la Marina Abramović con la exploración de los límites corporales. Es verdad que me encantan los artistas de performance, pero en ningún caso esto estaba pensado como una cuestión artística. Aún no tengo cultura ni edad mental para eso.

Me sorprendió bastante que los profesores que se enteraron me apoyaran. Algunos decían que era algo totalmente respetable, otros que era divertido y otros se limitaron a aceptarlo y a mirarme con cara de bicho raro. Pero el caso es que no sé por qué. No sé por qué es algo juzgable. Es decir, es una decisión supersimple: yo - decido - que no hablo. No hablo porque tengo la capacidad, y cuando digo que tengo la capacidad me refiero a que PUEDO, soy libre de poder. En un sentido totalmente literal. Tengo capacidad para decidirlo y también para hacerlo. Es una especie de expresión de libertad en forma de represión. Expresión-represión. Tan paradójico y tan bonito. Soy libre para decidir dejar de hacer algo tan sencillo como hablar. Y no tendría por qué verse como algo raro. Porque el silencio, el hablar, el decidir y el poder hacer algo son inherentes al ser humano. Y lo mejor es que en teoría no hay nada que me limite o que me obstaculice. Excepto yo misma.

Muchas personas me decían cuando se enteraban decían: "¡Uh! ¡Dos semanas sin hablar! ¡Yo no aguantaría ni un día!". Es evidente que lo decían por no llamarme loca a la cara o simplemente por decir algún comentario gracioso al respecto. Pero, otras lo pensaban de verdad. Mentira. Mentira. Mentira. Yo hablo por los codos, los que me conocen lo saben, y no llegué a dos, pero la semana la aguanté perfectamente. Sin demasiados problemas, en serio. El que quiera puede aguantar, yo creo, incluso bastante más de dos semanas. Pero hay que estar convencido, tener una especie de fe ciega y sobre todo ser alguien muy fuerte.

Es verdad que había momentos en que a lo mejor me costaba un poco más. Por ejemplo, hubo un par de veces en que mi hermano, con eso de que estaba callada y no le podía decir nada, empezó a tocarme las narices y a vacilarme. Después de cierta tensión, sopapo. No es que yo sea violenta, pero en esta ocasión la opción del diálogo no era viable y no aguanté más.

Otro momento difícil fue cuando a veces en mi casa me comunicaba con mi madre. Yo a mi madre le cuento el 99'5% de mis cosas. Es una de las tres personas con la que más confianza tengo. Escucharle hablar de temas delicados y no poder contestarle, sólo conseguía que me pusiera mala.

También tenía muchísimas ganas de cantar. Yo me paso el día cantando. Sola o con mis amigas o por la calle o en casa. Siempre estoy cantando alguna canción que se me pega.

Algo curioso, que no pensé que podría pasarme es que me dolía la cabeza bastante. Y me dolía de no hablar. De estar constantemente presionándome para estar callada y no abrir la boca. Como las personas con anorexia, que lo único que hacen es pensar en no comer, yo igual con el silencio. Pero en general era bastante fácil.
Mis amigos, como mi madre, estaban hartos. Fue guay, porque vi que algo me necesitan y eso siempre te sube la moral. Es algo que normalmente das por hecho, que tus amigos te necesitan, pero verlo de una forma tan clara, haciendo algo tan simple y sin que tenga que haber dramas de por medio es muy gratificante. Con el teléfono tampoco tuve mucho problema. El móvil se me había estropeado una semana antes y el de casa ya no lo uso casi. Por cierto, a lo tonto llevo más de un mes sin móvil. Me estoy acostumbrando. Yo que siempre había pensado que no sabría sobrevivir con él. Pues se puede. Yes we can.

El día 21, fui a hacer un coñazo de reportaje a la parada de metro Alsacia, una de las nuevas de la prolongación de la línea 2. El ascensor estaba estropeado y yo fui con mi cuadernito a preguntarle al segurata qué había pasado. El tío me tomó por sordomuda y empezó a hablarme muy despacio y muy alto mientras me miraba con cara compasiva. Fue bastante gracioso. Como el tipo del banco cuando otro día fui a ingresar dinero y se lo pedí muy educadamente a través del cuaderno. Se quedo un poco flipado, pero le dio la risa.

Al final exploté el día 21 sobre las ocho de la tarde. Había tenido un día horrible, con un frío horroroso y con el peor de los dolores de cabeza. No se me fue ni con un gramo de paracetamol. Lo rompí mientras mi madre me hablaba. Fue espantoso, pero una liberación también. Rompí a llorar. Un volcán. No sé aún por qué. En parte porque me sentía superdecepcionada conmigo misma: en ningún momento, absolutamente en ninguno, me planteé dejarlo hasta 3 o 4 horas antes de hacerlo. Estaba convencidísima de que, por lo menos, 11 o 12 días aguantaría. Resulta que no. Y eso me supone muchas cosas.

Por otra parte lloré por toda la mierda que tenía acumulada y que tenía que salir de alguna forma. Y salió de la forma más impulsiva y más natural. Me encantó. Yo que no soy nada de llorar. Tengo mucha sensibilidad y lo interiorizo todo mucho, pero no suelo desmoronarme.

Con mi padre normalmente no hablo mucho. No por nada, simplemente es porque no me sale. Y a él conmigo le pasa lo mismo. A parte de que siempre que hay alguna bronca gorda en casa es entre los dos. No nos contamos nada. Y nunca le digo que le quiero o algo parecido, cuando mi madre y yo somos hiperempalagosas. Pues bien, cuando mi padre llegó a casa y me escuchó me dijo: “Ay que bien que hables, la verdad es que ya tenía ganas de oírte”. Solamente por eso valió la pena el experimento. Solamente por eso. Significó muchísimo para mí.

La primera canción que canté fue la de Love today de Mika. Yo odio a Mika. No lo soporto (aunque el principio de esa canción sí que me hace gracia). Hace muchísimo que no oigo ninguna canción de él, más o menos desde los 13 años. Pero el destino (en el que no creo) quiso que en la tele saliese una canción suya y se me pegara. Mierrrrrrrda.

Este silencio voluntario, por cierto, vino a raíz de un artículo de Vice. Iba de un tipo que había estado dos semanas sin escuchar música ni ningún tipo de melodía y llevaba todos los días unos cascos de obra puestos. Terminó jodidísimo pero lo consiguió. Después de esto solo me queda decir que he jurado que cumpliré las dos semanas. Esta semana me la he tomado como una prueba en la que he experimentado lo que puede pasarme. Ahora que ya lo sé, la próxima vez estaré más preparada. Pero eso será, por lo menos, el año que viene. No tengo prisa.

Y como me ha gustado esta experiencia, voy a empezar a hacer cosas de estas más a menudo. Quién sabe, a lo mejor termino escribiendo libros, o hago algún descubrimiento biológico o sociológico, o me convierto en una artista de performances megafamosa y luego subasto los objetos de mis experimentos (como el librito donde están todas mis conversaciones escritas de la semana silenciosa) y me forro. O a lo mejor termino grillada. Ya veré que es lo próximo que se me ocurre.


Esto es enormus