La sensación que experimentas al escuchar Frost.
Estás tumbado en la cama con los ojos cerrados. Completamente a oscuras.
Una especie de agobio empieza a brotar en tu estómago. Es tan espeso ese agobio que sientes cómo empieza a apoderarse de tus tejidos musculares hasta que te agarrota los órganos. El aire se vuelve cada vez más denso. La tensión también se ha apoderado de tus pulmones y ahora oprime tus alveolos. Cada vez es más difícil respirar. Tu cabeza se hincha, se llena de sangre tu cerebro. Te duele. Es tan intenso ese sonido, tan agonizante que dejas de sentir.
Cualquier cosa podría pasar a tu alrededor y no te enterarías. Un meteorito podría caer en la habitación de al lado, y tú no te darías cuenta porque lo que estás escuchando es una explosión de dolores y maldades.
No lo soportas más, quieres que pare de sonar pero no lo puedes evitar. Y es tan grandioso, que no lo quieres compartir. Es espantoso, pero a la vez inmenso y tiene algo que te atrapa y no deseas dejar de sentir. No eres capaz. La canción ha invadido todo tu cuerpo y te ha privado de toda voluntad. Sólo puedes quedarte ahí tumbado y escuchar. Y no hay nada más. El mundo que te rodea se ha desvanecido y sólo quedáis tú y tu oscuridad. Lo único que haces es pensar. Pero sólo se te ocurren horrores.
El horror de todo.
El horror de nada.
Por que recuerda, ya no hay nada.
Sólo estás tú.
Frost, King night, Asia o Tair son algunas de las canciones del último disco de Salem: King night. No son aptas para oídos infantiles y en ningún caso aconsejables para hipersensibles.
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