El concierto de Crystal Castles es una peregrinación que todo hombre debe realizar al menos una vez en su vida. Como los musulmanes a La Meca, pues el resto a Crystal Castles. Creo que no tengo palabras para describir lo que fue anoche. Bueno sí: increíble, brutal, bestial, brutalbestial, bestialbrutal, acojonante, el cielo, extático, orgásmico, monumental, sensacional, inolvidable, agobiante, religioso, demoníaco, sublime, óptimo, místico, ruidoso, violento, histórico, jodidamente absoluto.
No apto para cardíacos.
Alice Glass se tiró encima del público dos veces. La primera al principio. La gente la cogió, pero terminaron todos por los suelos, ella incluida. Fue como un agujero negro repentino. La segunda vez, antes de tirarse, consiguió mantenerse en pie encima de la gente y caminar sobre ella, a lo Jesucristo en el agua pero ésta encima de las cabezas y los cuerpos empapados de sudor.
No dijo ni una sola palabra en todo el concierto, ni saludó, ni se despidió. Prácticamente no descansaban entre canción y canción. Pero aún así la conexión con la gente fue total. Normal. Cuando ves que la tía que está cantando se tira por los suelos, se retuerce, se deja la voz y la piel con semejante intensidad, no hace falta que nos cuente su vida. Obviamente mis amigos hicieron fotos, pero no pienso colgar ni una. Os jodeis y las buscais en Google que para eso está. Es mejor que os lo imagineis, porque ninguna foto, por buena que sea podra haceros a la idea una mínima parte de lo que yo sentí anoche.
Bueno, pongo esa porque me he enamorado de Alice más de lo que ya estaba. No lo puedo evitarrrrr.
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